Tiempo

Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre?
Conejo blanco: A veces, solo un segundo.

Agarro mi cabeza entre las manos mientras intento exprimir mi cerebro para que me explique qué quiso decir el conejo blanco. 
Reviso página por página todo lo aprendido en la escuela, anoto ideas imposibles, arrojo hipótesis falsas y me quedo con un solo pensamiento: 

El felices para siempre dura sólo un segundo.

Pero eso ya lo dijo el dichoso conejo, no es que haya mucho por agregar, es tan sencillo y tan trágico a la vez.

Un segundo.

Que sabe a gloria, en el que tocas el cielo con las manos, dominas el mundo y te sientes invencible. Sientes taquicardia, hiperventilación, las comisuras de tus labios se estiran tanto que parecen salir disparadas de tus mejillas para aterrizar en algún lugar, no importa cual, nada importa.

Sólo ese segundo, ese eterno segundo. 

Aquel segundo que recordarás toda tu vida, con una involuntaria sonrisa, sin importar cuan duro intentes ocultara.

Y ahí es cuando empieza lo trágico.

Ese momento eterno, mágico e inverosímil se da a una corta edad, sin que nosotros sepamos que se está marcando un antes y un después en nuestras vidas. Sin saber que las garras del destino han firmando un contrato con nuestra alma y desde entonces la manejarán como a un títere, pero con un titiritero manco.

Desde ese mismísimo momento, desde ese segundo para siempre, buscaremos volver a sentir esa dicha inexplicable, que nos haga temblar las rodillas.

Sin ser capaz de conseguirla.

Nos pasamos la vida buscando el "felices para siempre", luchando a capa y espada para conquistar ese amor imposible o el trabajo de nuestros sueños, buscamos eternizar la felicidad. 
Que el segundo dure más que un segundo.

Y justo cuando estiramos la mano para alcanzarla, la felicidad se escapa, divertida, haciéndonos burla e intentando hacernos entender que nuestra búsqueda es superflua. No dice con señas  que lo bello de la alegría, es que se termina. Pero vienen otro momentos, más alegres.

Algunos la entienden, otros la ven como a un empresario japonés que además nos habla en mandarín. 

Y sin embargo, entiendiendo o no, seguimos buscando. No importa qué, porque, en el fondo, tampoco lo sabemos.

Es nuestro destino inexorable.


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