Crisis.

La miraba desde lejos e intentaba esquivarla, pero ahí estaba ella, una ágil luchadora que sabe colarse por nuestras costillas y llegar a nuestra cabeza. Se instala ahí, está latente, esperando el momento oportuno para salir.

Y por fin lo hizo.

Hoy se ha dejado ver, se escapó por los poros de mi cuerpo y me sumergió en este estado. Si, sabe llegar en el peor momento, cuando una necesita la mayor fortaleza, pero creo que lo hace por un motivo.

Díganme optimista, pero esa malvada contradictoria viene a dejarnos una enseñanza, cuento con encontrar la mía.

Y estoy acá, buscándole sentido a esto que siento, intentando mitigar mi dolor físico y olvidar las cicatrices de mi alma. 

Todo junto.

Siempre sucede del mismo modo; es gracioso como funciona la vida, no se conforma con enviarnos un problema, sino que pone al límite nuestra paciencia y nuestra fortaleza, una  especie de ley de Darwin aplicada a los sentimientos, acá también prevalece el más fuerte.

Impotencia, 
por no poder ayudar a mi hermana de la forma en que ella se merece ser atendida, por encontrarme en un callejón sin salida con un pequeño cincel buscando desesperada una imperfección en la pared, con el único objeto de fabricar una ruta de escape.

Impotencia por mi también, por no saber pedir ayuda, por ahogarme en mis problemas y no preocuparme por las consecuencias.

Busqué todo el día el llanto, y por fin llega. 
Causando un dolor físico y moral, agónico, pero necesario. Mi propia catarsis. 

Me siento una intrusa en mi cuerpo, mis sensaciones ya no le pertenecen.

Lo único que hago es repetirme que vamos a salir de esto, hermana, lo sé. Sólo espero tener la fortaleza para soportar todo lo que se viene.


Ilusión.

Sin duda la ilusión es lo más hermoso del amor, las cosquillas en la panza cuando está por llegar, la sonrisa que se dibuja en tu rostro cuando sabes que van a estar en el mismo lugar. 

La ilusión, aquella compañera que nos aleja de los brazos de la realidad y nos nutre de una fantasía carente de sentido, aquella creadora de sensaciones que nutre nuestro cuerpo para luego marchitarlo de dolor.

Así fueron mis días, la ilusión tocó mi puerta y le abrí, le di la bienvenida y le ofrecí un café, poco a poco se fue poniendo cómoda y, sin permiso, ocupó todo mi departamento, colgó en la paredes cuadros de falsas esperanzas, llenó las habitaciones con una luz mentirosa, me alimentaba con mentiras...

Y yo le creí, me dejé arrastrar a los sueños descoloridos, sin contornos e insonoros, sonreí ante aquel roce de nuestros cuerpos, (y no paré a preguntarme si fue real o no), te miré una y mil veces a escondidas, aunque lo sabías, me pregunté mil veces si estarás pensando lo mismo que yo. 

Mal interpreté las señales, o quizás no, quizás nunca lo sepa.

Y nuevamente me odio a mi misma, por ser tan cobarde, por necesitar desesperadamente salir de este sueño inverosímil y mirar la verdad  a la cara, y no poder hacerlo por pura cobardía, por no querer sufrir lo que la mayoría de los seres humanos hemos sufrido a lo largo de nuestra vida:

El rechazo.

***

Es gracioso como funcionan nuestros sentimientos, buscan lo más difícil, rehúsan la comodidad y van tras el desafío.

Siempre recuerdo cuando un gran amigo me dijo:
-Pero vos, siempre tras lo mas difícil.

Y así soy, luchadora innata que no teme vestirse con la armadura plateada y ponerse los botines y una calza, salir a la cancha y presentar batalla. Sin embargo, en materia del amor, me convierto en un ser frágil, susceptible ante cualquier atisbo de rechazo.

Me convierto en mi propia enemiga, la cual convive conmigo, anda sus anchas por el tejido que forma mi mente, y nosotras, las dos, junto con la ilusión formamos un trío sombrío y enfermizo que aprendió a llevarse bien.

Quizás, después de todo, no soy esa luchadora, sino un ser humano, frágil para algunas cosas e inmutable para otras. 

O quizás, después de todo, lo que busco en el amor es la eterna vivencia de este mundo de fantasía, colmado de ilusión y que no llegará jamás a su fin, simplemente porque no lo tiene.




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