La miraba desde lejos e intentaba esquivarla, pero ahí estaba ella, una ágil luchadora que sabe colarse por nuestras costillas y llegar a nuestra cabeza. Se instala ahí, está latente, esperando el momento oportuno para salir.
Y por fin lo hizo.
Hoy se ha dejado ver, se escapó por los poros de mi cuerpo y me sumergió en este estado. Si, sabe llegar en el peor momento, cuando una necesita la mayor fortaleza, pero creo que lo hace por un motivo.
Díganme optimista, pero esa malvada contradictoria viene a dejarnos una enseñanza, cuento con encontrar la mía.
Y estoy acá, buscándole sentido a esto que siento, intentando mitigar mi dolor físico y olvidar las cicatrices de mi alma.
Todo junto.
Siempre sucede del mismo modo; es gracioso como funciona la vida, no se conforma con enviarnos un problema, sino que pone al límite nuestra paciencia y nuestra fortaleza, una especie de ley de Darwin aplicada a los sentimientos, acá también prevalece el más fuerte.
Impotencia,
por no poder ayudar a mi hermana de la forma en que ella se merece ser atendida, por encontrarme en un callejón sin salida con un pequeño cincel buscando desesperada una imperfección en la pared, con el único objeto de fabricar una ruta de escape.
Impotencia por mi también, por no saber pedir ayuda, por ahogarme en mis problemas y no preocuparme por las consecuencias.
Busqué todo el día el llanto, y por fin llega.
Causando un dolor físico y moral, agónico, pero necesario. Mi propia catarsis.
Me siento una intrusa en mi cuerpo, mis sensaciones ya no le pertenecen.
Lo único que hago es repetirme que vamos a salir de esto, hermana, lo sé. Sólo espero tener la fortaleza para soportar todo lo que se viene.
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