Quizás no te conté como me enamoré de vos: era un día laboral como cualquier otro, aburrido. Estaba sumergida en un sofocamiento que fácilmente podría confundirse con sueño, miraba un punto fijo sin ver nada en particular. Sumergida en ningún pensamiento... necesitaba de vos, y llegaste.
Te acercaste a mi, me miraste, y me dijiste algo en particular. Entonces me presentaste tu voz la cual puedo reconocer en medio de un barullo y la cual -cada vez que me hablas - queda resonando en mis oídos como un eco agónico que no se quiere desprender de ellos; giré mi cabeza y quedé aturdida por un momento, no solo por tu belleza, sino también por tu mirada: penetrante y pura.
Un instante, es todo lo que tomó para tenerme a tu merced. Desde ese instante me convertí en tu esclava, rogando cada instante que sacies mi necesidad de vos. A la espera que me lances siquiera una migaja de tu tiempo o las sobras de tu aliento, que me bastan y me hacen feliz, o al menos eso creo.
Necesidad de poder verte, no pido hablarte, ni mucho menos tocarte. Necesidad de escucharte, aunque sea en la lejanía, aunque esas palabras no estén dedicadas a mi.
Me haces tanta falta, y me das tan poco...
Me conformo con poco...
De pronto siento necesidad de llorar, pero el llanto no llega, queda en su punto de partida oprimiendome el pecho y dejándome sin aliento.
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