Quise registrar mi memora, vaciarme de esos pensamientos en blanco y negro, difusos, apenas entendibles. Claro no contaba con encontrarme cara a cara con aquello que intento olvidar.
¿Qué hago con nuestros recuerdos? Inclusos los buenos son como un veneno que recorren por mis venas, llegan a mi cerebro, el los reproduce y los devuelve a mi corazón, quién los manifiesta con ese dolor al que ya estoy acostumbrada.
Sin embargo, no estoy segura si los quiero olvidar, cuando mi alma sane, y éstos recuerdos cicatrizados se camuflen con los que ella ya tiene, serán recuerdos valiosos que me recordarán que sobreviví a este desamor que poco a poco me está matando.
Un desamor que mata sin matarme.
Aún asi, suponiendo que no los voy a desechar, no quiero que sean coloridos, los prefiero difusos, sin pormenores. Simplemente reconocer el tono de ellos.
Recordar que no está bueno que mi estado de ánimo dependa del tuyo, recordarlo... solo eso podré hacer, evitar que eso suceda de nuevo es casi tan inevitable como que llueva en invierno.
Enfrentarme a ellos también es una opción, cerrar mi mente, sumergirme en cada uno de ellos para que, luego de mucho sufrimiento, salga a la superficie, nueva, radiante, eufórica. ¿Valdrá la pena?
Mejor dejarlos, quizás un tiempo, a que duelan menos, que no sean coloridos, pero tampoco en blanco y negro.
Retratos en sepia, congelados hasta que pueda hacerme cargo de ellos.
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